30 de junio de 2007

Supervivencia, dignidad y otras yerbas



Terminó el primer semestre de las clases de Filosofía en el PUAM de la UNC, con ese motivo me senté a pensar qué era lo que había aprendido en las clases en ese período. En realidad, de lo que aprendí me interesa no tanto el detalle de la información obtenida sino la formación que se adquiere, el poder conocer las diferentes perspectivas sobre un mismo tema, mejorar el método de análisis, el poder definir las propias posiciones personales luego de un arduo debate con uno mismo.
En nuestro curso esto es favorecido en gran medida por la modalidad de nuestro profesor Fulvio Stanis, abierto a todas las perspectivas que ofrece el pensamiento, sin descartar nada y sin tratar de inducirnos (por lo menos no se nota tanto) los suyos propios. Más bien lo que trata de hacer, a mi entender, es enseñarnos a filosofar por nuestra propia cuenta, que aprovechemos de la sabiduría que ya nos dan los años como adultos mayo-res para cultivarla mejor, dándonos las armas para hacerlo mejor. Tenemos que aprovechar la oportunidad.

Así que tomé la decisión de escribir algo como motivación para interrogarme a mí mismo para tomar o clarificar posiciones. Aquí van algunos esbozos, que pueden concluir tanto en afirmaciones como también en preguntas, a estas últimas espero me ayuden a dilucidarlas y a las primeras comentarlas críticamente.

A) Supervivencia humana

Según Darwin, las especies que han sobrevivido son las que se han podido adaptar, para no morir, en un mundo exterior peligroso y cambiante. A partir de cierta constitución biológica, la naturaleza produce variantes en el cuerpo humano y el ambiente selecciona las más aptas para sobrevivir.

Parto de esto porque estamos mal acostumbrados a partir de los mitos cristianos: el bien, el mal, el amor, la felicidad, que buscamos alejarnos de nuestras apetencias terrenales y asemejarnos a un ser superior, etc.

Un hecho que nadie niega es que nacemos con ciertas tendencias que nos ayudan a sobrevivir, “como programas” que en ciertas situaciones nos hacen actuar de una forma y no de otra, prescindiendo de la reflexión, especialmente en situaciones de riesgo y cuando actuamos espontáneamente sin meditarlo previamente. Los psicólogos los llaman instintos. La muestra de que han sido eficaces para la supervivencia es que acá estamos, haciendo disquisiciones. No hemos desaparecido (aún).

Otra de las tendencias que nos han salvado es la sociabilidad, el instinto gregario, que tiene la ventaja de hacer que juntos seamos menos vulnerables. Juntos estamos más seguros, luchamos mejor con el medio hostil. Otra es la capacidad para adaptarse a las diferentes situaciones que nos presenta el entorno. El hombre es extremadamente flexible con tal de sobrevivir y se inventa el cuento que sea con tal de lograrlo.

Por último, diremos que la herramienta mas colosal de supervivencia ha sido la inteligencia; la capacidad de aprender, de recordar, de razonar. Es la más importante, gracias a la inteligencia producimos herramientas, vivienda, alimentos, cultura. Dentro de las herramientas están también las armas, elementos peligrosos con los que podemos dañarnos a nosotros mismos si no maduramos lo suficiente a tiempo.

Dentro de los atributos primitivos del hombre están dos, de los que ahora hablaremos: el egoísmo y el altruismo. No digan que no tiene que ver con lo que estamos hablando, está íntimamente relacionado, ya lo veremos.

Egoísmo: pensar y hacer pensando en uno mismo (el diccionario lo da un poco diferente, dice pensar y hacer primordialmente pensando en uno mismo, pero dejémoslo como dije primero, así lo emplearemos aquí al término.
Altruismo: pensar y hacer pensando en los demás, los otros, en ciertas ocasiones aún a costa del provecho propio.

El pensar en uno mismo. Es uno de los atributos que nos hizo sobrevivir, defender la propia existencia. A él le debemos la vida. A medida que los elementos básicos para la subsistencia se satisfacen, la base de este egoísmo se amplía, primero la familia, nuestros vecinos más cercanos, las personas más apreciadas. Empezamos a actuar para otros. A esto se lo clasifica como altruismo.

Pero veámoslo desde otro punto de vista. Olvidémonos del altruismo. Sólo se trataría de nuestro egoísmo ampliado: las personas que me interesan han pasado a ser, en cierta medida, parte de mí mismo.

Aclaremos un poco esta forma de pensar. Del pensamiento griego hemos heredado la forma de pensar con opuestos, dándole a cada extremo una identidad propia. Así hablamos de calor y frío, bondad y maldad, egoísmo y altruismo, etc. Esta forma de pensar es antinatural, porque una significa la ausencia de la otra y en la vida las cosas no son así. ¿Son los ideales de Platón? Sea como sea, para pensar racionalmente es necesario poner los términos en su lugar. En física no hablamos de fuerza y antifuerza, masa y anti-masa, sería un despropósito. Así, en termodinámica se habla solo de calor, no de frío, que sería la “falta” de calor.

Volviendo a lo nuestro, altruismo sería el egoísmo que sale del individuo y se esparce en un conjunto de personas que pasan a ser parte del individuo, porque son de su interés. Si algo le pasa a un ser querido, es como si me pasara a mí. Pero comprende también al individuo mismo. No se puede pensar que hago bien a otros si primero no hago lo propio conmigo. Hacerlo así sería el ideal cristiano, el desprendimiento total, algo antinatural.

¿Y quiénes son los seres queridos? Veamos, depende de mi situación. Si es de extrema necesidad, empieza y termina en mí. Si mi situación es más holgada, son mi esposa, mis hijos. Si es mejor, serán también mis vecinos, mis conciudadanos, los que comparten una cultura común, los latinoamericanos o todo el mundo. Al decir todo el mundo me refiero a los humanos, a la humanidad. Todos esos grupos pasan a formar parte de mí, en distinto grado, por supuesto, pero son de mi interés.

Para los nazis, los merecedores del concepto de dignidad eran los arios, los demás eran como cucarachas, se los podía matar. En los pueblos primitivos eran los miembros del grupo solamente. Ahora se habla de "dignidad humana", es decir de todos los seres humanos; qué pasará cunado los recursos del planeta se estén acabando? Se inventará otro criterio de dignidad?

B) La bondad y la maldad

El concepto de maldad se relaciona con un determinado momento y una determinada moral en una sociedad. Lo que es malo (socialmente) en esa sociedad. Lo opuesto es la bondad. También se inscriben dentro de la bondad las actitudes altruistas, las que son para los otros (y por lo tanto para la sociedad) y no para uno mismo (al menos no directamente). Como se ve, el concepto tiene un fuerte sentido social. Esto no es problemático y es fácil de entender, porque estamos acostumbrados a los términos opuestos con los que clasificamos todas las cosas desde los griegos. Así, se rotula a una persona como “buena” o “mala”.

El problema aparece cuando a estos términos se les da un sentido absoluto, sin referencia circunstancial.

Bueno para la sociedad es una persona que cumple con los preceptos del Estado y que es altruista. Puede ser un empresario al que no le cuesta nada hacer el bien (se lo descuentan de la DGI), que no roba ni mata, no hace piquetes ni escraches.

Malo para la sociedad es una persona que tiene actitudes antisociales, porque se siente excluido de ella, que no pudo ir a la escuela porque tuvo que trabajar, que concurre a piquetes para protestar, que molesta a los automovilistas limpiando vidrios y dando mal aspecto a la ciudad cuando se fanea (con fana).

Pero este “malo”, en su “sociedad”, puede ser un tipo solidario que apoya a sus compañeros “de mal vivir”, que es capaz de robar para que otro coma, que consigue fana para un amigo.

Decía Nieztche que “no hay buenos ni malos, solamente hombres”. Los conceptos “bueno” o “malo” son relativos, dependen de la perspectiva desde donde se los mira. Responden a nuestra manía clasificatoria. Pero la realidad no es así. Hay matices y hay cambios. "Bueno" y "malo" debería ser sustituído por "malo para" y "bueno para"...

Por otro lado, dice Hanna Arendt que la condición humana está signada por las circunstancias en que al hombre le toca vivir. Esas circunstancias no son solo circunstancias actuales, comprende también a la historia; pero esa historia está a su vez está embebida en las producciones humanas, no solo materiales sino culturales. La cultura pasa a ser parte de nuestra propia realidad circundante. Hacemos y sufrimos lo hecho, somos responsables de lo que hacemos y lo que hacemos nos afecta también, no solo nos afecta el mundo material.

Es decir que el hombre “tiene cola”. Esto no es una verdad de Perogrullo. Tiene cola y bastante larga; transita por la vida con ella, debe sufrirla. Esta “cola” es histórica. Es producida por la memoria, ampliada enormemente, no solo oralmente sino escrita, a lo largo de los siglos. Es nada menos que toda una cultura que arrastramos. Y es la gran diferencia que tiene el hombre con los demás animales. Y esa historia a su vez y en medida no despreciable, es hecha por el mismo hombre.

Por eso para hablar del hombre vale más hablar de “la condición humana” que de la “naturaleza humana”. Porque la naturaleza humana, si pudiéramos aislarla, no explica por si sola las actitudes humanas. Si, el hombre condiciona y está condicionado. Condicionado por lo externo y por lo mismo que él produce. Y así sigue produciendo. Sigue produciendo, sin poderse desligar fácilmente de lo que produjo.

C) La dignidad humana

Para los griegos, el hombre era más valioso cuando: fuera hombre (y no mujer), libre, ciudadano y valiente. No soy un experto en temas de religión, pero entiendo que Jesús dijo algo como “bienaventurados los pobres de espíritu” (¿?); más tarde “amad incluso a tus enemigos”. Después de la Reforma cristiana, el más valioso, más digno, era el que supiera multiplicar mejor los bienes que el Señor nos había dado (concepto al dedillo para el incipiente capitalismo). En el judaísmo el más digno es el que mejor respetara las tradiciones y las llevara a la práctica. En el mundo musulmán el que fuera más creyente y tuviera temor de Dios; en el judaísmo el que siguiera las reglas del Talmud.

Después ocurrieron muchos cambios y se llegó finalmente al principio actual admitido por casi todos los sistemas de justicia: “el hombre vale por el solo hecho de ser hombre”. Es decir, que para la justicia no se tienen en cuenta los bienes personales, ni los estudios, ni la posición social, etc. Basta con que sea de la especie hombre. Gran adelanto, me parece. Por este solo motivo es que los hombres nos debemos respeto mutuo, sin necesidad de considerar qué hacemos o tenemos. Ha sido una gran ampliación del concepto de dignidad.

Si la sociedad progresara lo suficiente, tal vez en el futuro podamos acordar en extender este respeto a otros animales (nosotros ¿lo somos, no?) que aunque no hayan sido tan favorecidos como nosotros con la inteligencia, “son nobles” como los perros, los gatos y los caballos, que nos ayudan en nuestra existencia. Acordaríamos cuáles serían los derechos de estos animales, e incluso la justicia intervendría para hacerlos cumplir. No se los podría matar o explotar, por ejemplo.

Hasta acá todo muy bien. Pero… supongamos (lo que es lamentablemente más probable) que la sociedad no ande muy bien, que las desigualdades sociales y la desigualdad entre naciones sea cada vez mayor, que tengamos un mundo con sobrepoblación. Para colmo, que algunos bienes que nos brinda la naturaleza empiecen a escasear, como el agua y el petróleo (situación bastante probable). ¿Qué ocurriría en USA, por ejemplo, si tuvieran que ir al trabajo en bicicleta? ¡Ni pensarlo! Eso es para los chinos, que para col-mo están empezando a dominar la economía mundial. Ante semejante situación, lo más probable es que en USA se cambie el concepto de dignidad por otro más útil. Por ejemplo, los dignos pueden llegar a ser los habitantes de USA o los pueblos nórdicos o… los que hablen inglés, quién sabe…

En definitiva, el criterio de dignidad en una situación de escasez puede llegar a cambiar reduciéndose en lugar de ampliarse. ¿Se hará toda una filosofía para tratar de justificar la nueva situación y poder (ese pueblo) sobrevivir y seguir yendo al trabajo en automóvil y poder seguir tomando gaseosas a discreción? ¿Los no dignos no interesarán más? ¿Serán como de otra especie?

No es tanta ficción lo que digo, ya ha ocurrido, en los años treinta del siglo pasado la gran crisis económica y social en Alemania condujo a que ciertos grupos trataran de imponer por la fuerza nuevos criterios selectivos entre los seres humanos con el gran convencimiento de que estaban bregando por un mundo mejor y sin conflictos. Un mundo de progreso donde dominarían los más aptos.

O siendo más actuales, podemos pensar en la actitud de USA con la invasión a Irak, pri-mer productor de petróleo.

D) La libertad (qué es y no es tal cosa)

Tener libertad implica tener opciones, sino no es libertad. El esclavo no las tiene.

Tener opciones no significa tener un gran número de opciones, porque estamos ligados a la realidad material y social, somos seres sociales, nos gusta y necesitamos vivir en sociedad y por ello no podemos hacer aquello que atenta contra la libertad de los demás (¿o si?).

Pero todo es relativo, si no hacemos algo porque atenta contra la libertad de otro, estamos cercenando nuestra propia libertad..., nos la estamos quitando, concientemente o no.

¿Cuál es la medida?. ¿Cuál es el metro? Creo que nosotros mismos, nuestro buen o mal criterio, que a su vez es variable, ajustable, circunstancial ¿adaptable?

Decía Foucault que generalmente nuestras acciones estaban dirigidas a tener, a adquirir poder. Buscamos seguridad, eso es instintivo. El poder (hacer y hacer hacer) nos da seguridad. Y no hablaba del poder del Estado sino del poder que adquirimos y vamos acumulando con pequeñas actitudes cotidianas.

En fin, nuestra libertad se centra en nuestras opciones (matar, por ejemplo, lo hemos descartado; es un logro cultural, aunque en algunos lugares se lo haga en nombre del Estado), que son las que quedan por resolver si sacamos las que ya hemos descartado según nuestros principios éticos.

¿Y los principios éticos, de dónde vienen? De nosotros mismos en nuestra relación con los otros. Es una continua “lucha” con los otros y con nosotros mismos. El resultado es lo que tenemos.

¿Cuán altruista puede ser nuestra ética? Depende cómo vivimos, qué hemos recibido, qué hemos concluido. Es dinámica y real. Si usamos anteojeras, si estamos lejos de te-ner preocupaciones universales, así será nuestra ética (si existe alguna).

¿Qué es altruismo? Pensar más allá de nuestra conveniencia directa. Pensar en los otros, hacer por los otros.

¿Cuál es la medida? No hay medida, solo resultados (momentáneos). Si, todo es elástico porque si la medida es el hombre y si el hombre sobrevivió porque es adaptable, los resultados pueden ser varios, depende de la condición humana (en ese momento).

En definitiva, somos como una araña que está colgando en una gran red, hecha por todos. Estamos ligados a ella. Si nos quedan algunas manos libres, ahí está la libertad y seremos libres de hacer con esas manos lo que decidamos hacer. Tenemos grados de libertad y grados de compromiso.

Ahora supongamos en el ejemplo que alguna mano de la araña está sujeta, trabada inne-cesariamente, que sufrimos esa atadura sin necesidad. Solo nos podremos dar cuenta ejerciendo el pensamiento crítico, preguntándonos cuál es la finalidad de esa atadura. Siempre se debería cuestionar lo establecido; si se confirma lo establecido, bien. Si no, nos libraremos de una atadura innecesaria.

Bartolomé (un compañero) dice “faltan límites”, pero refiriéndose a la educación de los adolescentes. En el caso de los adultos, la frase no es aplicable, porque los límites son restricciones a la libertad, impuestos externamente. Si esos límites son tales que los siento razonables, ya no son impuestos sino autoimpuestos.

Nosotros mismos nos estamos poniendo constantemente límites. Restringimos concien-temente nuestra libertad, por lo que eso no atenta contra ella, ya hemos optado, ejercien-do casualmente nuestra libertad de hacerlo, hemos optado por esos límites.

Pero que se diga “de eso no se habla”, eso no es posible sin ninguna fundamentación, es contrario a nuestra esencia racional. Al contrario, todo puede ser cuestionado, sin restricción alguna. El resultado dependerá de la responsabilidad del que cuestiona.

E) De qué es capaz el hombre

Una de las características que han hecho mucho para la supervivencia humana es la adaptabilidad del hombre como especie. No se trata solo de adaptabilidad biológica sino en los procesos mentales necesarios para subsistir en ciertas condiciones nuevas en que le toca vivir. ¿Pero hasta dónde llega esta adaptabilidad?

Acá hace falta el concepto de proceso. Proceso como una sucesión de hechos, en cierto orden. El hombre sufre la historia como un proceso y en ciertas ocasiones esos procesos pueden dar resultados sorprendentes en el hombre y la sociedad; pensemos nada más que en el nazismo y el fascismo. Los alemanes y los italianos de entonces no eran marcianos, eran sólo hombres en un determinado lugar, en cierto contexto e historia.

Un proceso es lo que busca por ejemplo un profesor cuando enseña: los temas deben estar en cierto orden para que se pueda llegar al resultado buscado. Algunos hasta llegan a usar hasta recursos teatrales para lograr las reacciones buscadas en los alumnos, y es lícito.

El síndrome de la rana hervida: una rana salta si la tiramos en un recipiente con agua hirviendo; pero si la ponemos en un recipiente con agua natural y la sometemos a fuego lento, muere casi sin darse cuenta. Son procesos diferentes.

Si decimos Dios ha muerto en la filosofía contemporánea, han muerto las referencias absolutas. Pareciera ser que el hombre es capaz de cualquier cosa si se dan las circuns-tancias adecuadas. Es escandaloso pero es así. ¿Hasta dónde podremos llegar?

Por suerte existen “las vacunas”, que es la lucidez que da la memoria, la memoria que no debe perderse, por lo menos cuando los hechos ocurridos son importantes. También la cultura, la filosofía dentro de ella.

No se requiere que todos seamos filósofos profesionales. Sí se requiere que haya muchos que filosofen, que indaguen más profundamente y constantemente en nuestro entorno, que se pregunten y busquen respuestas. Es una actitud interminable y necesaria. Creo que por allí pasa un antídoto a nuestra gran “adaptabilidad”. ¿Será suficiente?

Pero hay otra situación que deberíamos resguardar. Si el hombre depende en gran medi-da de las circunstancias, si ha sido capaz de desarrollar una enorme tecnología, tiene que ser capaz de cuidar, de velar para que esas circunstancias no lleguen a extremos en los que se pondría en riesgo la vida misma del hombre.

Por ejemplo, el cuidar nuestro medio ambiente, nuestra casa. ¿Qué puede oponerse a un fin tan noble y evidentemente necesario? Sólo alguna pasión, como la de hacer negocios, de ganar más dinero. Pensar solo en ahora, no importarnos qué pasará con nuestros hijos.

¿Será posible vencer al poder económico? El problema reside en que se basa en lo más primitivo del hombre, el afán de lucro. Y vaya si tiene éxito. Tanto éxito que no hay poder que se le equipare. Se logra un gran desarrollo tecnológico. Pero... y el hombre? No le encuentro respuesta (satisfactoria). Iremos rumbo a más crecimiento tecnológico, más poder y riqueza en pocas manos y a la locura de la competencia de todos contra todos dejando de lado la razón de ser del instinto gregario, que era de defendernos mejor colaborando solidariamente entre nosotros? ¿Alguna vez volveremos a pensar en nosotros mismos y comprender que ahora tenemos la oportunidad de pensar no solo en la supervivencia sino en aprender a gozar de lo bueno que nos da la vida, mientras dure? Les paso los interrogantes.

Carlos Alberto Navarro (Tuco)