24 de agosto de 2004

La democracia griega

Atenas, siglo V ac, la ciudad acosada por los bárbaros y por los espartanos; el destino de la población en caso de triunfo de una invasión eran la muerte o la esclavitud.

En esas circunstancias, la ciudad era la forma de protegerse en común. Reunirse en la ciudad y defenderse, aunando esfuerzos.

Dadas ciertas circunstancias, la gente de la ciudad necesitó ponerse de acuerdo respecto de la defensa de la ciudad, lo hicieron en el Ágora, debatiendo libremente. Los que participaban eran los ciudadanos libres, se excluían de esta categoría a las mujeres y los esclavos. Le llamaron democracia, aunque los ilustrados y los aristócratas le temían, se referían a ella en forma despectiva.

La ciudad debía ser autosuficiente. Su organización debía ser perfecta. Los ciudadanos debían sentir para ello que era “su.” Ciudad,  que era su organización,

Pero esta forma de gobierno no surgió de la nada. En la historia griega, se habían sucedido las monarquías y las tiranías, hasta el siglo –VII, las últimas originadas en el poder militar y llevadas a cabo por los militares, con cierto apoyo de la población, en lucha abierta con las familias aristocráticas. Algunos gobiernos aristocráticos garantizaron ciertas igualdades de oportunidades a sus miembros.  Ciertas decisiones se tomaban en el Aerópago, donde participaban también los más ancianos.

También los tiranos crearon ciertas condiciones favorables para la futura democracia: la “emancipación de los siervos” en el 600 aC y la eliminación de la esclavitud por deudas. No desapareció la esclavitud, pero los esclavos ya no eran atenienses. Se favoreció el reparto de las tierras. Estas fueron algunas de las reformas impulsadas por Solón, quien creó el Consejo de lo Cuatrocientos y que después Clístenes (aristócrata) transformaría en el Consejo de los Quinientos. El sentido de autodeterminación y de responsabilidad en la vida de la ciudad iba creciendo (siglo –VI).

El problema de esta democracia: había ciudadanos libres y otros no tanto; había distintos grados de educación.

Afuera estaban los bárbaros y las otras ciudades, ansiosas de invadirlos y someterlos. Estaban en una emergencia, no había más remedio que aceptar esta democracia, especialmente para los aristócratas y los filósofos como Platón.

Si participaran todos, eso hubiera sido realmente una democracia, como indica el término. Para los griegos de entonces era realmente una democracia, porque el pueblo digno de ser tenido en cuenta era el formado por los ciudadanos libres. Las mujeres, los niños, los esclavos no contaban. Se le temía al concepto, parecía una barbaridad. Sólo era un concepto, algo inalcanzable (y no deseable).

La democracia sólo podría funcionar con los iguales, con los hombres libres instruidos. A los no instruidos había que convencerlos, que conquistarlos. La función de los políticos, entre otras cosas, era convencer a la plebe. Con qué argumentos, si no podían entender? Había que incluso engañarlos con tal de lograr su apoyo?

Las discusiones en el Ágora eran interminables y el gobierno de la ciudad poco efectivo. Había mucha gente para discutir y sacar una decisión.

Era inconcebible pensar siquiera en la libertad individual. Se pensaba sólo en función de la ciudad. La libertad era de todos o de nadie.

En algún momento de la historia (romanos?) surgió la idea de nombrar representantes. Los miembros de los foros eran menos, tomar decisiones era más fácil. Más si se trataba de decisiones que no podían esperar, le daba al gobierno agilidad y como diríamos ahora, ejecutividad.

Surgió un nuevo problema: la representación daba poder y el poder envilecía. El “engaño” a los pocos instruidos era más fácil. La función del político en función al engaño se transformó en una profesión.
Pero este mismo esquema de democracia dio lugar a distintos resultados, dependiendo de las sociedades en las que se aplicó. O mejor dicho de la gente de esas sociedades, de su historia particular, en definitiva.

Los investigadores descubrieron últimamente que la diferencia entre esas sociedades, determinada por su historia particular, era algo tangible, medible: el Capital Social. Dependía mucho de la historia de gobiernos autocráticos y caudillescos.

El intelectual (Castoriadis)

La clásica división entre trabajadores intelectuales y manuales ya no nos sirve. Un especialista, por ejemplo, puede ser una eminencia en su campo, pero como filósofo y mucho menos como ciudadano, no sirve.

Castoriadis propone como definición de intelectual “a aquellos que, cualquiera sea su oficio, trataran de superar su esfera de especialización y se interesasen activamente por lo que sucede en la sociedad. Pero ésta es –o debería serlo- la definición misma de ciudadano democrático.” Como consecuencia, se le puede llamar intelectual al que filosofa, siendo su material la realidad, pero en ese caso es también un ciudadano: ¿intelectual = filósofo = ciudadano?

Platón fue, entre los primeros filósofos, un ejemplo de lo que puede hacer un filósofo que se aleja de los ciudadanos, de la realidad. Es el prototipo de los “filósofos” consejeros de príncipes y tiranos. Mucho después en el tiempo, hubieron filósofos con actitud similar, que le agregaron otro condimento: el culto de los hechos consumados, los que tratarán de explicar “racionalmente” lo inexcusable.

Contemporáneamente se ha dado otra deformación de la realidad. Sucede cuando se da en alguna parte un “poder revolucionario”. En defensa del mismo, se miente, oculta la verdadera realidad, para no debilitar la revolución. Los “filósofos” que se embarcan en la revolución tienen que hacer grandes sacrificios de conciencia para acordar con el poder revolucionario. El verdadero filósofo, en estas circunstancias, debe ver la realidad tal cual es, no deformarla, y decir lo que su honesto saber le indica, libremente, sin ataduras, aunque para hacerlo deba exiliarse.

Finalmente, Castoriadis dice que el filósofo debe “ser democrático y poder decir al pueblo, si así se considera: ustedes se equivocan.”

CAN