Muchos se habrán preguntado, como
yo, qué está pasando en Argentina, porqué tantas discusiones y porqué tanto
acaloramiento en lo que aparentemente tendría que ser un simple intercambio de
ideas. Por supuesto, me estoy refiriendo a la política. Discusiones en la TV , en la radio, en el trabajo
y en la familia. Y es mi propósito esbozar una hipótesis, intentando acercarme a
las causas principales.
Como siempre la realidad es más
complicada que nuestras abstracciones, pero éstas ayudan bastante, por lo que
intentaré un esbozo. Empezaremos con un poco de historia no tan lejana.
Después de Perón, la única voz
permitida fue la de los liberales que aconsejaban: achicar el Estado, dejar
nuestro destino a la actividad privada, que por más que a veces cometa excesos,
a la larga sería beneficioso para todos, promoviendo el desarrollo del país
como nunca lo pudo hacer el estatismo. Seríamos como los países del primer
mundo. Solo teníamos que abrirnos a él. No se hablaba de desigualdad social,
ese no era un tema. Tampoco la inseguridad. Solo del desarrollo que traerían
las inversiones; si los productos del extranjero eran más baratos, eso debíamos
comprar y dejar de fabricarlos nosotros. Abogaba por la especialización del
mundo, que cada uno hiciera o produjera lo que sabía hacer mejor. O sea,
nosotros debíamos dedicarnos solamente a la actividad agropecuaria. Estaba
prohibido gritar Viva Perón en la calle y era condenado hablar de ello en
cualquier círculo, al menos de clase media.
Era una receta sin alternativa,
nos hicieron creer nuestros gobernantes y los de los países desarrollados que
era la única opción; teníamos que aceptar que había un PENSAMIENTO ÚNICO.
Ningún otro era posible. Nos lo decían también los grandes medios y periodistas
tan destacados como Neustat y Grondona. Eran gotas de agua para perforarnos el cerebro.
Y para hacernos olvidar los conceptos sociales del peronismo de Perón. Para
dejarlos en el pasado. Había un nuevo salvador, era el capitalismo nuevo, el
neoliberalismo; ya se había puesto en marcha en Chile, y parece que andaba
bien; hubo que imponerlo con un dictador, pero eso era lo de menos. Solo
bastaba que el resto de los países de Latinoamérica lo imiten, con o sin
dictadura. Y en Argentina lo hizo Menem.
Así, los que todavía creyeran en
el capitalismo social pasaban a ser una minoría más. Una minoría que ante las
verdades que se proclamaban por los medios, debía quedarse callada so pena de
ser despreciada y ridiculizada.
El neoliberalismo se había
convertido como en una religión, el dios era el Mercado, los templos el FMI, el
BM; los divulgadores del catecismo Neustadt y Grondona, los medios en general.
No era admisible otra creencia.
2001. Crisis del neoliberalismo en
Argentina. Ya todos sabemos de esto, corralito, 7 presidentes…
2003. Irrupción de una nueva
política, que podemos llamar nacional y popular. Se trataba de una política que
rechazaba los conceptos del neoliberalismo; que pensaba y se preocupaba por los
más pobres y por su inclusión social; que pensaba que había que privilegiar,
recuperar nuestra industria desmantelada en la década del ’90; porque había que
generar puestos de trabajo; que nuestra política debía ser independiente de los
intereses de las grandes potencias. En fin, una política bien llamada Nacional
y Popular, rescatando los mejores conceptos del peronismo (y dejando de lado
otros contradictorios o no convenientes así como los no democráticos o
corruptos). Mejor dicho, una corriente Nacional, Popular y Democrática.
No se trataba de un concepto
aislado, era toda una batería de conceptos coherentes y modernos. En fin, se
pensaba en un capitalismo social. Un capitalismo sí, pero controlado,
poniéndole límites y no confiando ciegamente en el mercado. Ya aprendimos que
el neoliberalismo provoca el aumento de la polarización social y eso no ayuda
ni a la sociedad ni a la democracia. Pero esto implicaba un nuevo pensamiento o
mejor dicho una nueva concepción de vida, nuevos valores. Y había necesidad de
comunicarlos a todos los que se pudiera. Había necesidad de compartir y sumar.
Comienzo de una “BATALLA”
CULTURAL. Era indispensable darla, porque los que estaban acostumbrados al
pensamiento único iban a tratar de impedirlo o por lo menos obstaculizarlo.
Salió la Ley de
Medios Audiovisuales, una buena herramienta para pluralizar las voces. Se
evitaría el monopolio. La repartija sería ya más pareja, 33 % para el Estado,
33 % para los privados, 33 % para las asociaciones civiles, ONG, sindicatos,
etc. Ya no bastaría con tener capital concentrado para lograr un permiso para
operar un canal de TV o una revista o un periódico. Se estaba esbozando una
mejor democracia.
Los simpatizantes K empezaron a
opinar en todos los espacios, a hacer valer sus concepciones sobre diversos
aspectos de la vida; gran disgusto de los del pensamiento único, los K venían a
discutir, a decir lo que pensaban, con qué permiso, eso de hablar así era lo
mismo que querer imponerse, era ya una dictadura, con qué permiso, estaban
“crispando” todos los temas. Los que estuvieron callados tanto tiempo porque ni
se podía decir “vivir Perón carajo” ahora opinaban, encima estaban apañados por
el gobierno, “ese gobierno que ni siquiera consulta, hace sin pedir permiso (a
nosotros…)”. Sí es una dictadura, y en los cacerolazos de mayo del ’12 lanzaron
la consigna: “se va a acabar, se va a acabar, la dictadura de los K”. Es que ya
la cosa había llegado a mayores: ni siquiera se podía comprar dólares para
ahorrar y para viajar al exterior, como solía hacer la clase media, sí que era
una dictadura porque ya no había más libertad para hacer lo que uno quisiera.
El interés general, ni pensar que pudiera ser un condicionante. Son solo las
libertades individuales las que interesan.
Los callados que antes tenían que
permanecer en silencio ahora hablaban y en público, hasta en el seno de sus
propias familias dando su parecer; no faltaba más! No tenían vergüenza. Eso era
lo que producía la crispación, que opinaran en voz alta y sin desenfado ni vergüenza.
Desde que sacaron el 54 % de los votos están insoportables!
Muy frecuentemente nos
preguntamos: ¿cómo puede ser que fulano, una persona despierta, culta y buena
persona, que vea la realidad social, económica y política del país de una forma
tan diferente que yo? Es que hay otros factores; está “lo que quiero creer”,
está el bombardeo de los medios como Grupo Clarín y Grupo Nación, están los que
solo escuchan dos canales y una radio. No quieren escuchar otra campana porque
les desagrada.
En el proceso de aprender, vamos
“teorizando” para explicar los hechos; hacemos hipótesis; a su vez los hechos
se nos presentan algunos como una realidad palpable, otros solo como una
probabilidad; tal candidato político nos resulta confiable y hasta simpático,
no sabemos por qué. La explicación puede estar en la historia personal de cada
uno y en la historia de la sociedad en la que vivimos. Puede estar en el
círculo social al que nos sentimos pertenecer. La explicación puede estar
también en el inconsciente.
Y llega el momento de elegir. Y lo
hacemos. A partir de allí cambia nuestra visión de la realidad. Si el
gobernante al que decidimos condenar hace algo bien, lo explicamos diciendo:
“es una medida populista, solo para captar votos”; y si hace algo mal, lo
agrandamos y lo usamos como bandera para denostarlo. Pasamos a ser pragmáticos
en general y sordos cuando nos conviene.
¿Por qué somos así? No lo sé. Pero
en esto estamos. En la conversación de sordos. Somos simplemente gente que
quiere creer. Pero por este camino nunca nos vamos a entender.
Escucho posibles explicaciones.
Habría otra alternativa. Sería
decirnos: nuestra pertenencia a tal o cual corriente dependerá de lo que yo
averigüe; haré un balance de lo positivo y lo negativo y luego decidiré;
trataré de evitar las “simpatías”, solo me basaré en mis conclusiones de qué es
lo más conveniente en cierto momento para el país; mantendré siempre despierto
mi espíritu crítico, nunca juraré fidelidad ciega a nadie. Pero… ¿ya estoy
haciendo ficción? Uds díganmelo.
Tuco